Después del encargo (Zaira)

Los Ángeles. Una de las ciudades más corruptas y podridas del imperio capitalista norteamericano. Pero el trabajo era el trabajo y había tenido que llevar a cabo unos asuntos en la ciudad. Asuntos que con un poco de suerte no saldrían en la prensa y la policía achacaría a luchas de bandas entre los mexicanos y los negros. Mejor para todos, especialmente para él y el Pacto.

Así que ahora que todo había acabado estaba en un bar, saboreando tranquilamente un bourbon sentado en la barra, escuchando las conversaciones de los demás comensales. En un primer momento había quedado con un viejo conocido que estaba en las mafias rusas de allí, pero tenía asuntos que atender e Igor se había quedado sin nada que hacer. Sólo beber.

Hacía casi un año que vivía en la ciudad de los Ángeles debido a que la sede de la Alianza donde trabaja se encontraba en esta misma ciudad y justo por ello había acabado aborreciéndola.
Hacía rato que había anochecido y no sabía qué hacer. Hacía tiempo que no salía, la verdad es que no me relacionaba con casi nadie de la Alianza y aparte de ellos no conocía a nadie más. Pero aquella noche me apetecía salir. No sabía muy bien a donde me llevarían mis pasos por lo que me vestí sencilla pero a la vez elegante dejándome el pelo suelto y ligero.
Salí a la calle y una ráfaga de viento fresco me hizo estremecerme. Aquella noche parecía más fría que de costumbre por lo que decidí meterme en el primer sitio que encontrara. Las luces de neón de un bar llamaron mi atención y sin pararme a pensar si sería un sitio recomendable entré.
El sitio no estaba del todo mal por lo que me acerqué a la barra pedir algo de beber. Cuando la camarera me tendió un largo vaso con una bebida de color azul y hielos un hombre me empujó sin querer al estar medio peleándose con otro. Todo el contenido de mi vaso acabó sobre otro hombre que estaba sentado en la barra saboreando tranquilamente su bebida.
El hombre que me había empujado trató de disculparse y yo simplemente me limité a mirarle fríamente guardando por una vez mi temperamento. Cuando el hombre se alejó me giré para ver el estropicio que había causado sobre la camisa del otro chico.
- Vaya lo siento…-dije mordiéndome el labio preocupada.- No era mi intención ¿Te ayudo? –dije al ver que trataba de limpiarse.

Igor seguía perdido en sus pensamientos, sin darse cuenta de que estaba teniendo lugar una bronca a su alrededor. La verdad es que hacía tiempo que estaba tan acostumbrado a la violencia que ya ni la apreciaba. Y si resultaba ocurrir algo demasiado peligroso, bueno, siempre podría echar mano de la pistola que descansaba en su funda, justo debajo de la axila. Pero no hizo falta.

De repente sintió como un líquido le empapaba la espalda y, al girarse, se dio cuenta de que era una recién llegada la que le había manchado la chaqueta. Mientras ésta se libraba de uno de los matones Igor chasqueó la lengua y se quitó la chaqueta, visiblemente contrariado. Pero, cuando la pelirroja fue a disculparse Igor se apresuró a sonreírle y a hablarle en un buen inglés, pero con un poco de acento ruso.

—Trranquila señorrita. No ha pasado nada, sólo es una más que una chaqueta—le dijo, tratando de quitarle hierro al asunto y sin perder la sonrisa. Se quedó unos instantes mirándole a la cara, hasta que de repente se acordó de ella—Discúlpeme señorrita... Nos conocemos, ¿no es así?

Me fijé mejor en el rostro de aquel hombre olvidando mis intentos de limpiarle la empapada chaqueta. Su cara me sonaba de algo… ¿Pero de qué? De repente caí en la cuenta. Le había conocido en una fiesta de una embajada cuando estaba haciendo un trabajo para la Alianza. Por desgracia aquella vez se nos adelantaron y alguien consiguió sustraer los microchips con valiosísima información antes de que llegásemos. Sonreí lentamente al recordar quién era. No me hubiese acordado de alguien si no me hubiese llamado la atención por algo en especial.
- Creo que sí nos conocemos.-dije mientras me sentaba a su lado.- Soy Zaira… creo que nos vimos en la fiesta de la embajada Suiza de hace unos meses. ¿Igor no? –dije sorprendiéndome a mí misma por recordar su nombre.
Vaya realmente aquel tipo sí que me había llamado la atención. Aunque quizás tan sólo fuese porque su aspecto más que de embajador o diplomático parecía de deportista o algo así. Quizás era sólo un cliché de mi mente, pero a los embajadores siempre me los había imaginado muy delgados o muy gordos y extremadamente feos pero bien vestidos.

Igor le tendió la mano sin perder la sonrisa, mostrándose bastante amable.
--Sí, sí, de la embajada Suiza. Fue una buena fiesta, aunque no pude quedarme mucho tiempo, desgrrraciadamente.

El agente ruso recordaba perfectamente la fiesta y cómo él y su equipo habían logrado hacerse con el paquete. No había sido fácil, pero los ex-agentes del KGB seguían siendo tan buenos como en los tiempos de la URSS. Ah, qué gloriosos tiempos habían sido aquellos.

-Y bueno, dígame devochka, ¿qué hace en un lugar cómo éste si puedo prreguntarrlo? No me esperaba ver a nadie de la embajada en éste lugarr. La verrdad es que no esperraba encontrarrme a nadie. El trrabajo me trrajo a ésta marravillosa ciudad y ahorra estaba descansando un poco.

Comentó, sin dejar de mirarla ni de sonreír. Cuando terminó de hablar dio otro trago largo a su bourbon y se quedó esperando una respuesta. En Suiza, de no haber sido por el trabajo, seguramente se hubiera quedado un rato hablando con ella, pero el deber era el deber. Claro que ahora el trabajo estaba hecho. De cualquier modo, hizo un gesto al camarero para que sirviera otra bebida idéntica a Zaira.

Estreché la mano que me tendía. ¿Desde cuándo un hombre tendía una mano a una mujer fuera de “grandes eventos sociales”? Entonces mientras aún le estrechaba la mano me acerqué a darle dos besos entre extrañada y divertida. No podía negar que me alegraba de verle. Aquella noche, en la embajada, fue lo único positivo a destacar… ya que todo había resultado un completo desastre. Y además aquel hombre me resultaba atractivo sin saber por qué.
- Pues llevo aquí ya un mes alquilada..-mentí descaradamente- Por motivos de trabajo, ya sabes. Ser diplomática prácticamente significa no parar quieta en ningún sitio durante mucho tiempo.-sonreí sintiéndome levemente incómoda y deseando desviar el tema de la conversación a algo en lo que no tuviese que mentir.- ¿Estás casado? –pregunté tratando de que la pregunta no sonase brusca o rara.

De repente me di cuenta de que la pregunta realmente se podía malinterpretar y decidí esconder el rubor de mis mejillas causado por la pregunta embarazosa que acababa de formular tras el vaso servido por el camarero.

Igor sonrió y le devolvió los dos besos a Zaira, algo sorprendido. A él no le molestó, pero normalmente no le plantaba dos besos en las mejillas a una mujer que apenas conocía. Pero siempre era agradable notar el roce de una mujer, la verdad. Y más el de una mujer joven y atractiva. Igor le prestó atención a lo que decía, asintiendo a lo que hablaba sobre el ser diplomático. Curioso que dijera eso cuando en los Ángeles no había ninguna embajada. ¿Estaría allí en alguna oficina? Quién sabía. Ya pediría algún informe sobre ella, seguro que había algo sobre ella en algún lado.

Claro que todo eso se le olvidó cuando oyó su pregunta. Igor alzó una ceja pero sonrió, incluso rió un poco de forma un tanto sonora al ver cómo se avergonzaba la muchacha.
—No, estoy divorrciado—dijo sin dejar de sonreír—. Hace ya más de quince años que me divorrrcié, pocas primaverras después de caerr el Murro—le dio otro trago a su vaso, que ya estaba por menos de la mitad—. ¿Puedo saberr por qué lo prregunta señorrita? —lo dijo con toda la intención. Igual no iba a ser tan malo que Mikael no hubiera podido quedar aquella noche.

Sonreí ante su respuesta mientras deslizaba mi dedo por el borde de la copa distraída. ¿El muro? Vaya parecía que sí que había acertado con el tema de la edad.
- ¿Divorciado? Vaya...- dije sin saber muy bien que decir.- Aunque, mejor solo que mal acompañado, o al menos eso dicen.- dije resoplando al recordar ciertas cosas que hacía tiempo que procuraba mantener alejadas de mi mente.- Sólo lo preguntaba por simple curiosidad.- respondí recuperando de nuevo una sonrisa ladeada.- ¿Acaso te he incomodado?

Crucé las piernas dandole otro pequeño sorbo a la bebida y alce de nuevo los ojos hasta encontrarme con los suyos.
- No me digas señorita. Llamame simplemente Zaira.- reí.- Señorita me hace sentir que aún no salí de la oficina...

—No, trranquila, no me incomoda en absoluto que una señorrita joven y atractiva se interrese por mi estado civil—dijo con una sonrisa—. Así que no, no me molesta para nada su pregunta. Lo prreocupante sería que me molestarra.—siguió escuchando lo que le decía—. Sí, bueno, digamos que la rrelación ya no estaba tan bien como mi señorra. Ya sabe, los viajes, el trabajo fuerra de casa, etc… Perro bueno, seguimos viéndonos de vez en cuando—Igor se encogió de hombros, quitándole importancia al tema.

Le dio otro trago a su vaso y mientras lo hacía miró disimuladamente cómo cruzaba las piernas y sonrió. No era una mala visión.

—Oh, le ruego que me disculpe, no querría ofenderrte. Zairra entonces te llamarré.

Mire pensativa a Igor escuchándo lo que decía con mal disimulada curiosidad.
- ¿Era mucho más joven que tu? - pregunté sin pararme a pensar que tal vez el tema pudiese molestarle.- Tampoco se te ve muy mayor.- dije con una sonrisa pero sin dejar entrever si lo decía de broma o como un cumplido.- De todas formas la que lleva una vida de señora de ochenta años soy yo...-dije resoplando aburrida.

Y era cierto. Hacía mil que no salía por la noche así como mantener una conversación con alguien de asuntos que no estubiesen relacionados con el trabajo. Y la verdad es que el cambio me gustaba.

Igor solamente se dedicaba a reírse de lo que decía Zaira. Sin embargo, no le gustaba demasiado hablar de su antigua familia, sobre todo por la seguridad de ésta. Claro que no lo dejó entrever:
—No, más o menos de la misma edad—explicó escuetamente—. Pero simplemente la cosa se acabó, y para evitarnos mayores problemas lo hablamos, firmamos los papeles y cada uno quedó libre de seguir su vida y rehacerla. Y ahora mismo me temo que no tengo ninguna mujer a la que guardar castidad.
Igor mintió descaradamente. La verdad es que el divorcio había sido bastante complicado por los temas de la custodia y tal, pero eso Zaira no tenía por qué saberlo. Eso sí, lo de su soltería lo dejó caer como quién no quería la cosa.

—Pues es una pena Zaira. La gente joven debe de aprovechar la vida y disfrutarla. Salir, beber, el royo de siempre. Porque luego vienen los quebraderos de cabeza el simplemente salir a un bar a tomarse una mala copa es un capricho muchas veces inaccesible.

FDI: imagina que doblo las erres y sigo hablando con acento ruso, que escribirlo es un coñazo xD

Alce una ceja al escucharle. Por como me hablaba parecía que trataba con una chica de dieciocho años en vez de veintiocho. ¿Salir a beber y simplemente divertirse por que luego se me acabaria la "libertad"? Hacía años que ese concepto no existía en mi vida...
- Igor... Cuantos años crees que tengo. -Pregunté intentando ponerme seria para aparentar más edad. Sabía que no los aparentaba pero tanto como dieciocho...- ¡Y no me asustes!

Le observé detenidamente mientras asimilaba el hecho de que ahora estaba soltero. Vaya, vaya. Al final hasta haber salido esta noche iba a resultar mejor de lo que pensaba.
- Lo que he vivido yo se acerca más de lo que crees a lo que has vivido tú. Así que... Ahora mismo, también estoy soltera.- Dije fingiendo despreocupación e inociencia. Ni por asomo se me ocurrió mencionar a la pequeña Rose.
Igor era majo. Pero el mundo últimamente no estaba para confiar en el primero que encontrases por muy simpatico buena persona o guapo que pareciese.

Igor se sorprendió un poco al oír la pregunta. Pero antes de responder le dio un último trago a su bebida, disfrutando el sabor fuerte y seco del bourbon y cómo el licor le calentaba la garganta y el estómago.
—Pues no sé, supongo que unos veinticinco años o algo así, ¿no? —respondió, algo dubitativo —. Perdona si te he tratado como una niña, pero llega el momento en que todos parecéis demasiado preocupados para los jóvenes que sois. Como si todo el peso del mundo descansara sobre vuestros hombros—hizo un gesto al camarero para que le trajera otra copa de lo mismo—. Pero de nuevo te pido perdón. Es obvio que estoy hablando con toda una mujer hecha y derecha —le explicó con una sonrisa que ocultaba sus pensamientos.

Mientras bebía otro trago fue prestando atención a lo que decía, no sin poder evitar sonreír ligeramente, como si aquello fuera un mal chiste.
—¿Y cómo es posible que una mujer como tú esté soltera y sin compromiso? Apostaría cualquier cosa a que lo que no te faltan son pretendientes…